El Taller de los Sueños Rotos

Un lugar en el que nunca dejarás de soñar...






"Los que sueñan de día conocen muchas cosas que ignoran los que solamente sueñan de noche" (Poe)


A Oneku le gustaba pasear al anochecer por la orilla del mar, cerca de su poblado maorí, en Nueva Zelanda.

Oneku era un cazador valiente, pero también era un muchacho soñador y amante de la soledad. Por eso, cuando sus amigos dormían, Oneku se sentaba a la orilla del mar o en los linderos del bosque a contemplar aquellos bellos paisajes a la luz de la luna.

Una noche, Oneku vio por vez primera a la Dama de la Lluvia, con su vestido de color rosa y su larguísima cabellera de oro, que paseaba por la playa con su hermana, la Dama de la Niebla.

Las dos hermanas caminaban en vueltas en velos de nubes y Oneku se fue en pos de ellas, cautivado por la misteriosa belleza de la Dama de la Lluvia. Cuando llegó a su lado, el joven dijo:

− Me llamo Oneku. ¿Quieres decirme tu nombre, adorable desconocida?

− Soy una hija del Cielo y me llamo “Hine-Pukoho-Rangi” o Dama de la Lluvia; y ésta es mi hermana, la Dama de la Niebla. De noche, cuando hemos terminado nuestro trabajo en el cielo, los dioses nos permiten bajar a la tierra hasta que llega el nuevo día. Y ¿cómo vivís vosotros aquí, Oneku?

Oneku le contó cómo todas las mañanas salía a cazar con sus amigos y lo bello que era escuchar el canto de los pájaros y ver cómo brillan las flores al sol.

Luego, le fue explicando muchas costumbres maoríes: las fiestas de la primavera, las danzas guerreras alrededor del fuego y de las solemnes ceremonias con que el jefe de la tribu casaba a los jóvenes en presencia de sus familiares y amigos.

Fueron acercándose al poblado maorí y Oneku fue mostrando a la Dama de la Lluvia las chozas en que vivían sus amigo y aquélla que habitaba él con su familia…

− ¡Oh! − suspiró la Dama de la Lluvia −. ¡Tiene que ser muy hermoso vivir en la tierra!

Y le habría gustado continuar escuchando a Oneku, pero en aquel momento alboreaba un nuevo día y las dos hermanas subieron a ocupar su puesto en las nubes.

¡Ven esta noche! − suplicó Oneku −. Yo te esperaré a la orilla del mar.

Y, desde entonces, la Dama de la Lluvia bajaba todas las noches a pasear junto al mar con Oneku. El tiempo iba transcurriendo apaciblemente en aquellos paisajes maravillosos y Oneku se enamoró profundamente de la Dama de la Lluvia, pidiéndole una noche que se casara con él.

− Estoy construyendo la cabaña más bella del poblado − decía Oneku, ilusionado −; y la terminaré antes de una semana. Casémonos y seremos felices toda la vida.

− Sería maravilloso, Oneku; pero no es posible − respondió la Dama de la Lluvia−. Los dioses del espacio no aprobarían nuestra boda y, de todos modos, yo no puedo faltar un solo día a mi quehacer en el cielo.

− ¡No importa! − protestó Oneku −. ¡Casémonos y, cada mañana, tú podrás cumplir puntualmente tus obligaciones en el cielo: yo no haré nada para impedírtelo!

La Dama de la Lluvia estaba también enamorada de Oneku y, al fin, aceptó.

Cuando Oneku terminó su cabaña, se celebró la boda del joven con la bellísima Dama de la Lluvia. Fue una ceremonia inolvidable en el poblado maorí, porque, a diferencia de las demás bodas, la de Oneku hubo de celebrarse de noche. La explanada central del poblado estaba iluminada por gran número de antorchas y, después de que el jefe de la tribu casó a los nuevos esposos, los guerreros bailaron alrededor de una gran hoguera una bellísima danza ritual, mientras Oneku recibía las felicitaciones de sus amigos, que quedaron admirados ante la serena y delicada belleza de la Dama de la Lluvia.

El nuevo matrimonio empezó felizmente su nueva vida y, al principio, Oneku respetaba la condición que le había impuesto la Dama de la Lluvia. Y cada día, apenas salía el sol, y cuando los pajarillos del bosque volaban piando entusiasmados, como si persiguiesen a las sombras de la noche, la Dama de la Lluvia regresaba al cielo para cumplir con su deber.

Hasta que un día, Oneku ideó un plan para que su esposa no volviera más al cielo. Sabía que nada conseguiría con sus ruegos, pero también sabía que la Dama de Lluvia conocía la llegada del nuevo día por los rayos del sol que se colaban por las rendijas de la cabaña, al igual que el canto de lo pájaros. Así que, con gran paciencia, fue tapando cuidadosamente hasta las rendijas más leves.

Y, a la mañana siguiente, su esposa durmió varias horas más que lo acostumbrando. Cuando despertó y salió de la cabaña, dijo:

− ¿Qué ha sucedido, Oneku? ¡Ya es de día y no he acudido a mi puesto: los dioses del espacio nos castigarán a los dos! −

− Nada temas, esposa mía − dijo Oneku −: nadie te castigará… ¡Ven, no te vayas!

La Dama de la Lluvia parecía no haber oído las palabras de Oneku y comenzó a andar mirando al sol y cantando una melodía tristísima.

A continuación, sucedió algo sorprendente: mientras lucía un sol esplendoroso, del cielo descendió una pequeña nube que fue envolviendo a la Dama de la Lluvia, hasta que su imagen borrosa fue ascendiendo mientras su canción sonaba más lejana.

Los maoríes habían salido a reunirse con Oneku; pero, unos momentos después, la Dama de la Lluvia desapareció de la vista de todos, como si ella y la nube se hubieran fundido con los rayos del sol.

Oneku se quedó mirando al sol durante mucho tiempo, hasta que sus ojos casi quedaron cegados. Después, regresó a la cabaña y se tendió en su lecho sin comprender apenas cuanto acababa de acontecer.

Durante muchas noches, Oneku esperó pacientemente a la orilla del mar, pero la Dama de la Lluvia ya no volvió más.

Oneku marchó del poblado maorí buscando a su esposa, primero, por todos los lugares de la isla y, después, en otros países del mundo. Pero no pudo hallarla.

Al fin, murió lejos de su país, triste y olvidado de todos; pero dedicando hasta sus últimos pensamiento y palabras a su amada esposa, la Dama de la Lluvia.

Y aquel amor tan grande aplacó a los dioses del espacio, que se apiadaron de Oneku, juzgando que ya había purgado suficientemente su falta. Y, tomando su cuerpo, lo elevaron al cielo transformándolo en un brillante y esplendoroso Arco Iris, reconociendo su matrimonio con la Dama de la Lluvia.

Desde entonces, cuando la lluvia desciende sobre la tierra, a través de los rayos del sol, puede verse a Oneku convertido en un feliz Arco Iris, rodeando a su esposa con un halo de brillantes colores.


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